Reivindicación del orgullo, en favor de las periferias
Nuevamente les saludo desde la ternura y les doy la bienvenida a este su espacio: la columna trans. Con la novedad de que esta vez he decidido no redactar este texto para que específicamente la comunidad trans lo lea, sino para toda la población LGBTTTIQAP+.
Como saben, se acerca una de las fechas más importantes para nuestra gente; nos encontramos en el mes del orgullo y deseo compartir una crítica desde la ternura, con el fin de generar una resignificación con respecto a lo que trata ser comunidad y específicamente a ser parte de una genuina comunidad de personas disidentes.
Así mismo, las personas que han leído mis textos anteriores saben que están muy permeados por el decolonialismo y esta vez no será la excepción, ya que yo soy una mujer trans prieta que concibe el mundo desde las opresiones que genera el neocolonialismo.
Finalmente, sin más preámbulo les comparto el texto de este número, esperando sea de su agrado y respetando si no lo es. Cómo lo he dicho antes, soy muy respetuosa de la diversidad de perspectivas, pues soy fiel creyente de que las vivencias son las que configuran nuestra mirada del mundo y en esa línea, entiendo que este texto no representa la percepción que tenemos todxs.
Muchas personas se han familiarizado con el inicio del movimiento LGBT+ : en Estado Unidos, con los sucesos conocidos como los disturbios de Stonewall, en donde Marsha P. Jhonsson y Sylvia Rivera iniciaron el movimiento subversivo contra un estado blanco que generaba violencia en contra de sus identidades. Todo sucedió en 1969 y poco a poco esta acción se configuró en lo que hoy conocemos como marcha del orgullo, una protesta en contra de la hegemonización de las identidades y las formas de amar.
Esta historia es cada vez más conocida, ahora es más común que encontremos imágenes de Marsha a quien debemos, en cierta manera, agradecerle por ser una de las pioneras en nuestro movimiento. Sin embargo, creo fundamental reivindicar los orígenes del movimiento que se originó en Latinoamérica, ya que nuestro contexto y cultura son casi paralelos a lo que sucede en Estados Unidos.
En el libro El clóset de cristal Braulio Peralta señala el inicio del movimiento LGBT+ en México en 1971, con la fundación del Frente de Liberación Homosexual por Nancy Cárdenas, que fue una dramaturga y actriz lesbiana. Para 1975 se publicó el Manifiesto en defensa de los homosexuales en México, que fue escrito por Nancy en coautoría con Carlos Monsiváis. Pese a que nunca hizo pública su orientación sexual, fue un pilar fundamental en la fundación del movimiento en México.
Finalmente en 1978, en la marcha de conmemoración de la masacre estudiantil a manos del Estado mexicano, apareció el primer contingente abiertamente gay que sería pionero en su tipo dentro del país y que inspiraría a la población a organizar la primera marcha del Orgullo al otro año.
Es importante señalar que estos espacios de protesta fueron resultado de un largo proceso de organización en donde Nancy y Monsiváis estuvieron al frente desde que se reunían en Ciudad Universitaria cuando eran estudiantes.
Así, podemos ubicar en nacimiento del movimiento sexo género disidente en un espacio académico en donde sí bien no se vivían las peores condiciones de marginazacion, había un conocimiento de la realidad que enfrentaba la población de forma general. Sin embargo, pese al nivel de consciencia que servía de motor para exigir que se detuvieran las violencias en nuestra contra, la aparición de nuevos dispositivos hegemonizadores, han hecho que el movimiento sea cada vez menos de las disidencias sexuales y más de lo consumible. Ya no se trata de defender a las personas inmersas en el comercio sexual, ni de priorizar a las poblaciones que viven condiciones complicadas; sino de elogiar a hombres blancos que aman a otros hombres sin cuestionarse nada.
Por ello esta vez, desde el dolor de mi corazón ante la promesa de un movimiento que asegura inclusión, he de alzar la voz para decir que su movimiento nos incluye cada vez menos. Y podrán decir que el año pasado, el objetivo de la marcha era extender una mano de inclusión a las personas trans que habíamos sido excluidas de las propuestas radicales del feminismo, pero lamentablemente una marcha no soluciona las problemáticas sociales que atravesamos las personas que integramos la periferia sexual. Lo anterior lo menciono no con el fin de molestar a las personas que se incluyen en estos espacios, sino hacer un pedido de apoyo para realizar proyectos de inclusión que verdaderamente incidan en nuestras realidades palpables.
Las trabajadoras sexuales, las personas racializadas y personas trans; no sólo existimos en junio. Sobrevivimos todo el año a una vida cotidiana misógina, transfóbica, racista y conservadora, que no se limita al generar violencia en contra de nuestras vidas, identidades y cuerpxs.
Por ello, hace falta seguir incluyendo perspectivas para estas poblaciones en nuestro movimiento. Se necesita que los hombres que integran nuestra población sigan cuestionando las formas en las que encarnan su identidad, porque lamentablemente ser homosexual no es limitante para ejercen violencia misógina en contra de las morras que seguimos siendo la población más vulnerada de nuestra gente.
De esta manera, extiendo una amorosa invitación a las personas que integran nuestra población a qué se sigan deconstruyendo, a que cuestionen sus privilegios y volteen a ver a las periferias del movimiento, en donde nos encontramos las mujeres trans. Lamentablemente el año pasado al igual que los anteriores, la población disidente que más sufrió de asesinatos violentos fueron las mujeres trans, que encabezan la lista siendo el 55% de todos los casos registrados en México durante el 2022.
Antes de finalizar este texto me gustaría compartir la idea de hacer comunidad. Sabemos que nuestro movimiento habla de generar una comunidad disidente. Las comunidades son como tejidos en donde se entrelazan las relaciones entre sus miembros, de ahí la importancia de generar relaciones de apoyo y empatía mutua entre personas disidentes.
Una red que no incluye a las personas trans, a las personas inmersas en el trabajo sexual y en general a las personas racializadas; no puede llamarse comunidad sexo- genérico disidente porque nos deja afuera a muchxs, así que generemos verdaderos espacios colectivos de inclusión en donde se haga primordial la lucha contra las violencias que más nos marginan. También, como comentaba, es fundamental el trabajo personal: basta de mirar de arriba hacia abajo o con asco a las personas trans; con o sin cisspasing, teniendo o no cuerpos hegemónicos, somos personas y merecemos respeto y esperamos de ustedes (nuestra gente) el apoyo que necesitamos.
En conclusión, ha llegado el momento de regresar a nuestras raíces. A las marchas en donde la jotería y el escándalo estaban direccionados a la subversión en contra de una realidad que nos hegemoniza. Necesitamos del apoyo de todas, todos y todes para generar el cambio. Sigamos cuestionando la forma en que encarnamos nuestras características disidentes, para generar un espacio en donde verdaderamente quepamos todxs.
Sin lxs trans, lxs trabajadorxs sexuales, las personas racializadas, y lxs cuerpos disidentes no hay orgullo.
Texto dedicado a nuestras hermanas víctimas de transfeminicidio:
Citlalli, Dayana, Arely, Loren, Ximena Michelle, Dayanne, Getsemaní, Diana, Dayana, Ivonne, Valeria, Kendra, Fray, Aline, Fabiola, Catalina, Devanny, Paulet, Yakki, Alicia. Y todas las que no fueron reconocidas.
No estamos todas, seguimos buscando a nuestras hermanas en las estrellas.