En donde el infierno empieza

En donde el infierno empieza

Sin duda El lugar sin límites (1974) de Arturo Ripstein marca un antes y un después en la historia del cine mexicano. La trama gira en torno a La Manuela, un travesti cansado y viejo; La japonesita, prostituta hija de la que fuera la dueña del burdel del pueblo y de La Manuela; Pancho, un hombre obstinado y terco y, finalmente, Don Alejo, un cacique de pueblo con mucho dinero y muchos años, pero muy enfermo. Todos estos personajes comparten algo en común: el conflicto existencial consigo mismos, con su padre o madre, diversión de prostíbulo o amante, amar o ser temidos, homosexual o heterosexual; cuestiones que llevan a cada uno de ellos a ser expuestos hasta lo más intimo de su ser y romperse. A lo largo de la película nos podemos sentir identificados con muchas cosas que hasta el día de hoy suceden en nuestra sociedad: corrupción, homofobia, muerte, ira y miedo, siendo estos dos últimos los cordones principales del alma de los personajes. 

Dicha obra es conocida por ser la primera película mexicana en mostrar un beso entre dos hombres: un beso entre Roberto Cobo y Gonzalo Vega que cambió el rumbo del cine en nuestro país y sería el inicio de la visibilidad LGBT+ en el cine nacional. ¿Pero, cómo pasó México de filmes de charros, luchadores y dramas familiares a mostrar dos hombres besándose apasionadamente en la pantalla?

Echeverría o el Príncipe de las guayaberas —como lo llamaría Palillo—, en su sueño de nacionalismo populista, pretendía dar una imagen nueva del país, decirle al mundo que México era un lugar abierto a la expresión cultural y artística diversa, a la altura de cualquiera de las grandes potencias, una tierra fértil para el intelectual y la inversión tanto nacional como extranjera. Siguiendo esta línea, el príncipe de las guayaberas decidió invertir en el cine y creó tres  productoras cinematográficas propiedad del Estado: Conacine, Conacite I y Conacite II. Este nuevo cine estadista tenía visiones frescas, innovadoras y muy crudas, no eran las historias de madres sufridas, jóvenes rebeldes del rock and roll o melodramas de vecindad; eran historias que hacían énfasis en la psique de los personajes, su sexualidad y en criticar las normas sociales, aunque no tanto las políticas. 

En esta fase del cine nacional aumentaron las intervenciones de diversos escritores de la literatura latinoamericana en guiones cinematográficos:  Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis o Gabriel García Márquez, por ejemplo, y sería la era de esplendor de varios directores (todos hombres): Arturo Ripstein, Luis Alcoriza, Felipe Cazals y Jaime Humberto Hermosillo. Las principales obras de esta época son Matinée (1977), El Apando (1976), Las Poquianchis (1976), Fe, Esperanza y Caridad (1972), La Pasión de Berenice (1976), El Castillo de la Pureza (1972) y El Lugar sin Límites (1977);  está última, película basada en la novela homónima de José Donoso y dirigida por Arturo Ripstein, es de las más rememoradas de la época, .

La película rompió con todo lo que la “buena moral” de la época proclamaba: era un escándalo que un hombre en vestido se besara con otro que tenía esposa e hijos, y que encima dicha película estuviera financiada por el Estado. Pero para la crítica especializada fue toda una obra de arte; la película ganó el Ariel de Oro a mejor película y el Ariel de Plata a mejor actor para Roberto Cobo. Suele ser recordada en publicaciones de la comunidad LGBT+ en tiempos de Pride o por páginas de cine y/o difusión cultural; sin embargo, para las nuevas generaciones resulta poco conocida ya que, por su trama tan escandalosa para la sociedad y su antigüedad, se ha ido perdiendo y siendo superada por los nuevos clásicos del cine LGBT+, la mayoría producciones extranjeras, como Call Me by Your Name (2017), Brokeback Mountain (2005), Moonlight (2016), Carol (2015) y demás series de esa temática, así que quienes tengan la oportunidad de ver la película o leer la novela se encontrarán con una historia cruda que despertará diversas emociones y sentimientos, que irán desde la risa hasta el miedo, pasando por el odio y el asco.

El lugar sin límites (1974) ocupa un lugar especial en el corazón de la cinematografía mexicana, pues abrió la puerta para la libre expresión de la comunidad LGBT+ en medios nacionales. Al verla nos encontraremos con una dura realidad que persiste hasta nuestros días: crímenes de odio por motivos de orientación e identidad sexogenérica que cobran anualmente muchas vidas de integrantes de dicha comunidad; la homofobia internalizada, que representa la base para diversos discursos de odio y, luchar por ser quienes somos y morir luchando por eso, así como el proceso de autoaceptación.