Desplazando la incomodidad

Como miembro de esta sociedad contemporánea puedo decir —y confirmar por experiencia— que no estamos acostumbrades a crear espacios desde el amor. Ni en casa, ni en el trabajo ni en la escuela. A veces, ni siquiera en pareja. Tal vez sí (y más recientemente) en espacios con amistades. Aún en el hipotético caso donde hubiéramos creado por lo menos uno de estos desde el inicio de nuestra existencia y con mucha consciencia, seguiríamos estando en falta con el resto de los espacios.
Evidenciando lo obvio, nacemos en sociedad y estamos rodeades por diferentes esferas que nos van dando una idea de espacios y circunstancias. Nuestros círculos se van acrecentando conforme vamos creciendo y pronto tenemos diferentes aspectos que procurar: la familia, la escuela, el trabajo, la espiritualidad, las amistades, las parejas y lo personal.
Habitando y caminando este mundo desde los ojos de una persona queer que pertenece a la población LGBTQ+, he tenido la fortuna de crear espacios seguros en mis círculos de amistades, sobre todo en los últimos tres años. Tomando en cuenta que salí del closet en la universidad, me enfrenté, como muches tantes, a vivir en una dualidad: podía ser libremente yo en la escuela, inclusive en clases, pero regresando a casa tenía que omitir algunos detalles de mí, de mis actividades, de mis interacciones. Empecé a cargar con una forma de incomodidad en ciertos espacios, y por mucho tiempo no tuve el valor de cuestionarlo; mucho menos de hacer algo al respecto. Los años pasaron y, eventualmente, mi familia lo supo. Al menos tuve la tranquilidad de vivir un poco más bajo la luz de una verdad importante, sin embargo, las costumbres de omitir detalles de mi vida se mantuvieron como una regla implícita ante conocides y amistades de mi familia e, incluso, ante otres miembros de la familia. Y yo, una vez más, permitiéndolo, aunque mi misma incomodidad señalaba que no estaba de acuerdo. Mientras tanto, el patrón se repetía en mi primer trabajo. Tuve la confianza de compartir mi preferencia sexual ante mi jefe y algunes compañeres. Por un lado, sentí alivio, y algunas de mis relaciones laborales mejoraron, pero por otro lado, algunes compañeres lo tomaron a mal y cambiaron de actitud y se distanciaron de mi persona. Afortunadamente, cambié de trabajo al poco tiempo y desde un inicio me aseguré de pronunciar abiertamente mi preferencia sexual.
Soy consciente de que hay una experiencia colectiva dentro de nuestra comunidad donde omitimos información sobre nuestra identidad y preferencia, lo que procura nuestra seguridad o nuestro bienestar temporal para “adaptarse” en espacios con personas que rechazan lo que desconocen o que, de alguna forma, tienen miedo, por prejuicios y cuestiones sociales que por años nos han rebasado.
Sé lo complejo que puede ser presentarte ante el mundo como una persona LGBTQ+. Sé cómo es ser desplazada por otres y por voluntad propia. Sé lo que es suprimir tu identidad, lo que es guardar silencio para omitir o soltar una risa falsa para ignorar lo que alguien más pone frente a ti. Sé sobre espacios en donde no se nos toma en cuenta, donde somos burla, donde nos aíslan. Sé que ser quienes somos, abiertamente, puede implicar temor, porque conocemos los alcances de la violencia en el contexto de un mundo patriarcal, machista, fanático de los discursos de odio, y donde la impunidad siempre queda pendiente en una deuda que parece siempre aumentar y nunca disminuir. Sé que nuestra libertad aún se ve condicionada ante una sociedad que todavía se mueve en prejuicios, penas y castigos.
Pero también sé que, a pesar de no haber nacido en espacios creados desde el amor, tenemos el poder de crearlos. Sé que nuestra comunidad siempre ha sido libre en espíritu, sensible ante realidades y contextos, vulnerable, hermosa, contenida, segura, fuerte y siempre en pie de lucha sin importar dónde esté situada. Y así, desde nuestros círculos más íntimos habitamos tranquiles, cobijades, acompañades, reconocides, validades. Por eso nos es fácil entendernos, celebrarnos y vivirnos diferentes al resto del mundo.
Hace un par de años algunos temas personales surgieron durante una reunión familiar. “Creí que esto ya lo habíamos dejado atrás”, pensé mientras escuchaba las expectativas de mi abuelo hacia mi persona en comparación con aquellas que mi hermano ya había cumplido. Yo, de treinta y cuatro años, una vez más repitiendo respuestas que ya había pronunciado en ocasiones anteriores. Seguían sin ser válidas en ese espacio. Es darse de topes contra la pared. Llegan momentos donde, aunque la lucha no se rinde, cansa. Por supuesto que fue algo a lo que le di vueltas en la cabeza por semanas. Entendí que no era yo la que estaba incómoda, más era yo la que incomodaba, la que no cumplía con lo que “debería de ser y hacer” como miembro de esa familia, pero también tenía muy en claro que ese era otro tema que yo no tenía que trabajar. Para seguir protegiéndome, cambié de estrategia, donde la distancia física y emocional empezó a funcionarme a la perfección con aquelles miembros de mi familia. Aun desde el dolor, porque admito que me encantaría tener una relación más cercana con elles, sé que seguiré siendo incomodidad, disidencia. Un papel que entiendo, pero del que ahora yo pongo las reglas.
Yo estoy bien con quien soy. Me amo, me respeto, me permito ser, acompañar y compartir mi vida con personas que amo, y esas nuevas reglas del juego ahora cortan parejo a quienes dejan de entender y respetar quien soy. Aunque ha sido un proceso complejo, ahora mi lista de no negociables es mucho más clara, tal vez más larga, y evidente en todos mis círculos. Incomodar habla mucho más de las otras personas que de mí. He encontrado en eso una herramienta sumamente valiosa: poder diferenciar a quienes te aceptan y aman incondicionalmente de quienes no. Ahora, no sólo dejé esa mala costumbre de omitir mis valores, creencias, preferencias, prioridades, sino que también empecé a cuestionar las de quienes me rodeaban, de la forma en la que se expresaban de temas importantes para mí y, con eso, determinar si era algo que pudiera romper con mis nuevas reglas de vida. Parece que está de más decir que agregar estas nuevas prácticas a mi vida me ha traído espacios más cuidados, seguros, libres, cariñosos y felices. Tengo lo que sé que he merecido desde un inicio.
Además de aprender a habitar los espacios de esta forma, también he caído en consciencia para ser yo quien los construya. Hace un par de años trabajaba en un colegio de enseñanza media superior que tenía bastante apertura y aceptación, tanto en el ambiente escolar como en el laboral. Dentro de mi oficina colgaba una bandera del orgullo. Inicialmente, la puse como una declaración de visibilidad, pues sabemos lo importante que puede ser reflejar seguridad y validez en edades que atraviesan por un desarrollo lleno de cuestionamientos importantes. Pronto me di cuenta que ese espacio empezaba a ser concurrido. Estudiantes, profesores y familias entraban con diferentes motivos por atender. Es curioso pensar en retrospectiva cómo es que a través de un elemento como lo era esta bandera, la incomodidad siempre iba a estar desplazada en este lugar, pues más allá de evidenciarse en algunas personas, era un lugar donde la gran mayoría del tiempo quienes buscaban este espacio era porque se sentían escuchades, cuidades, respetades y libres de cualquier tipo de juicio o discriminación.
Hoy, con certeza, confirmo que cambiar de lugar a la incomodidad es, simplemente, una forma nueva de libertad a la que tenemos derecho. Si existes en mundos que no te están dando aquello que necesitas y mereces, es importante que recuerdes que lo puedes crear tú. Lo puedes construir a tu medida. Es posible retomar y reapropiar espacios físicos, sociales, emocionales a los que tenemos derecho por el simple hecho de existir y de normalizar una condición vital para nuestra convivencia social: el amor. Al mismo tiempo, debemos mantener nuestra mente en consciencia que, tal vez, la incomodidad siga buscando espacio en nuestras vidas aferrándose a sus viejas formas y costumbres, pero me parece revolucionario saber que podemos moverla de lugar en el momento en el que así lo decidamos. Y eso lo cambia todo. Ahora sí, podemos construir espacios desde un lugar sincero, respetuoso y mucho más amoroso para quienes lo decidan conformar y compartir.