Baile de corazones

Baile de corazones

The night we snuck into a yacht club party

Pretending to be a duchess and a prince

— Taylor Swift, Starlight (Taylor’s Version)

Este es el tercer año que no organizo nada para festejar mi cumpleaños.

Resulta que, por estas fechas, todos los lugares divertidos están llenos de parejitas felices, y todos mis amigos ya tienen planes. La maldición de haber nacido en San Valentín.

Mi intención es hacer lo mismo que los últimos años: comer el ya tradicional pastel de fresas de mamá y encerrarme en mi cuarto viendo las fotos de quienes sí pueden asistir al Baile Anual de Corazones, la fiesta que organiza el club de yates de Miramar. La única manera de asistir es perteneciendo al club, y la única manera de pertenecer al club es teniendo un yate (o un barco, por lo menos).

Me escondo bajo las cobijas, con mi pijama viejo y el teléfono en mano. Lo enciendo y maldigo a toda la gente rica de Miramar. Y a todos los que tienen pareja, por qué no. Entonces escucho algo golpear contra mi ventana.

Seguro lo imaginé. Regreso a mi teléfono.

—¡Marissa!

Silencio. Otro golpe.

—¡Marissa!

Esono lo imaginé. Me levanto y abro la ventana.

—¿Puedes dejarme subir? ¡Es importante!

Es Daniela, la capitana del equipo de voleibol de la escuela.

—Eh…sí, claro —digo y abro aún más la ventana. Recorro las cortinas. De inmediato y sin esfuerzo, ella trepa el árbol que está en el jardín trasero, hasta que de pronto está parada en mi habitación.

Daniela Macías está en mi habitación. En San Valentín. En mi cumpleaños.

Debo estar soñando. Me tiemblan las manos.

—Hola.

—Hola.

Trae puesto un traje de gala, con moño y todo. Entre sus manos sostiene un sombrero de copa que bien podría haber sido parte de un disfraz de mago.

Entonces saca algo del sombrero. Me lo ofrece.

—Este es para ti.

Vacilo, pero lo tomo.

—Vamos, ábrelo.

Lo desenvuelvo con cuidado. Es…un vestido, de tela dorada y repleto de brillos.

—Gracias, pero no tenías…

—Nada de peros —se sienta en mi cama. Ay, Dios mío—. Póntelo.

Me quedo parada como una tonta.

—Me daré la vuelta —dice.

—¡No! —me dirige una mirada extraña—. No. Digo…que no es necesario.

—Ah.

—Me cambiaré en el baño. Tú sólo…espera aquí.

—Está bien.

“Tonta, tonta”, pienso mientras me pongo el vestido, tratando de hacer el menor ruido posible para no despertar a mamá. Cuando termino, me veo en el espejo. Creo que es el vestido más bonito que he usado en mi vida.

—¿Qué tal me veo? —pregunto cuando regreso a mi habitación.

—Preciosa —dice Daniela. Y no hay ni un rastro de duda en su voz.

Me quedo parada. De nuevo. Pidiendo con todas mis fuerzas que el momento no acabe, que no despierte de pronto en mi cama, sola.

—Bueno, ¿nos vamos? —se pone su sombrero.

—¡¿Irnos?! Pero…

—Sí, al baile

—¿Al baile?

—Al baile, al Baile de Corazones —me toma de las manos y me acerca a la ventana—. Vamos, antes de que se nos haga tarde.

Quizás sí estoy soñando.

Daniela sale por la ventana, se sostiene del árbol y me tiende una mano. La tomo.

En cuanto estamos abajo, salgo corriendo; Daniela me alcanza después. Me echo a reír, porque es la primera vez que me escapo de casa, porque en este momento, no hay nadie más con quién quisiera estar.

Daniela me cuenta que su bisabuela fue una de las fundadoras del Club de Yates de Miramar. Luego de que murió, la familia vendió el barco, pero todavía siguen llegando noticias e invitaciones a la casa. Daniela robó las entradas para esta noche. Me río. Nadie sabe que estamos aquí. Una sensación extraña me recorre el cuerpo.

—Bueno, no es como que alguien las fuera a utilizar, ¿o sí?

—Supongo que no.

—De cualquier manera, mi familia lleva años tirando todo lo relacionado con el club a la basura. Si no las tomaba, se iban a desperdiciar —dice. Yo asiento.

—¡Mira! Creo que esa es la entrada.

Vemos una fila de gente caminando hacia la orilla del muelle. Por lo que sé, el Baile de Corazones siempre se lleva a cabo en uno de los barcos de algún miembro del club. Sea quien sea el anfitrión de este año, se nota que tiene bastante dinero.

Cuando estamos por llegar al frente, Daniela se acomoda el pelo dentro del sombrero y endereza la espalda.

—Pareces un príncipe —digo.

—Y tú una princesa.

Pienso en mi pelo despeinado y en mi rostro sin maquillaje. No tuve tiempo de arreglarme.

—No es cierto.

—Está bien —dice—. Una duquesa, entonces.

Sonrío.

—Una duquesa está perfecto.

Entramos sin problema.

Suena música tranquila. Estrellas y corazones de papel dorado cuelgan del techo. Jarrones llenos de rosas blancas y rojas adornan cada una de las mesas. Hay más espacio de lo que esperaba.

—Todo se ve… —empiezo.

—-Maravilloso —termina Daniela.

La gente se mueve a nuestro alrededor. El suelo tiembla. Creo que ya no estamos en el muelle. Daniela me toma la mano.

––Nunca me había subido a un barco —digo.

—Está bien. Te acostumbrarás.

Caminamos hasta encontrar una mesa libre. Todos llevan trajes y vestidos mucho más bonitos que los nuestros. Más brillantes, más cuidados. Más caros.

Daniela debe notarlo, porque lo siguiente que dice es:

—Tranquila. Esta gente se preocupa más por sí misma que por los demás; nadie nos presta atención.

—Sí, bueno, por lo menos ellos vienen peinados.

Se ríe. Y las luces se apagan. Silencio.

Me levanto de mi asiento porque lo primero que pienso es “esto se va a hundir”.

Entonces se vuelven a encender, aunque esta vez son más tenues; cambian lentamente de azul a verde, de verde a rosa.

Alguien habla por unos altavoces e invita a la gente a pasar a la “pista de baile”. También señala dónde está “la barra” y enlista todos los diferentes cocteles que se pueden conseguir.

Respiro y me vuelvo a sentar. Daniela me mira extraño. Me acomodo el vestido.

Comienza a sonar una nueva canción, y Daniela la reconoce al instante. Una sonrisa ilumina su rostro. Me ofrece su mano, y haciendo una muy mala imitación de voz sofisticada, dice:

—Querida duquesa, ¿sería tan amable de concederme este baile? —hace una reverencia.

—Pero claro que sí, mi señor…¿príncipe? —trato de seguirle el juego. Eso la hace reír.

Le doy mi mano y salimos corriendo hacia donde los demás están bailando. Hacemos nuestro mejor intento por seguir el ritmo y no pisar a nadie. Nos envuelven las luces, los corazones y el brillo de las estrellas. Siento la música abrazándome, y a mis manos aferrándose a las de Daniela. Me siento…imparable.

Tiene rato que el barco regresó al muelle. No he soltado la mano de Daniela desde que salimos de allí. No bebimos nada, pero parece como si lo hubiéramos hecho; no paramos de reírnos mientras caminamos por la orilla de la playa. Todo lo que dice me parecen tonterías e ideas tremendamente brillantes en partes iguales.

—¿Ya te dije que te ves muy bonita en ese vestido? —me toma de la cintura.

—Creo que sí —dejo que me abrace—. Pero dime otra vez.

Se ríe.

—Muy, muy, bonita.

Me río. Daniela me ve como si fuera lo más precioso del universo.

—Feliz cumpleaños, Marissa —susurra, y yo me vuelvo a reír.

—Gracias —le digo, con tanta honestidad como puedo. Esta ha sido la mejor noche de mi vida.

Su mano roza mis labios. ¿Cómo es que no estoy soñando?

—¿Puedo…?

Asiento.

Me besa. Y la beso. Una y otra y otra vez, hasta terminar acostadas en la playa, viendo las estrellas.

El regaño que me da mamá a la mañana siguiente vale la pena.