Anecdotario lésbico
La primera vez que besé a una mujer, todo empezó a cobrar sentido; las piezas en mi cabeza poco a poco fueron encontrando su lugar. Yo sabía que me sentía atraída hacia las mujeres, pero la parte que se volvió profundamente confusa fue si también me atraían los hombres o si sólo era el sistema jugándome tretas para sostener al régimen heterosexual. Comencé a explorar cada vez más mi atracción romántica y sexual hacia las mujeres. En cada paso iba entendiendo que la manera en la que conectaba con ellas, y todos los mundos emocionales que ellas me movían, se sentía mucho más genuina que cualquiera de mis acercamientos románticos anteriores hacia los hombres.
Un año tardé en procesar este choque de experiencias y en construir, poco a poco, seguridad y pertenencia en la comunidad lésbica. Fui aprendiendo de mí misma a través de mis relaciones con mujeres, de la profundidad con la que puedo amarlas, de la intimidad emocional que soy capaz de construir con ellas y, primordialmente, a título personal, de renunciar por completo a la atención masculina que se nos enseña a perseguir desde pequeñas, idea que se refuerza a lo largo de toda nuestra vida.
Renunciar a la atención y aprobación masculina era un proceso al que me llevaba dedicando por mucho tiempo, pero cortar por completo con la búsqueda de ser percibida de manera sexual o romántica por parte de los hombres, fue la navaja que me terminó de liberar y me permitió explorar mi forma de construir vínculos con mujeres y personas sáficas sin encontrarme teniendo que educarlas, sintiendo el cuidado mutuo, explorando mundos emocionales y de comunicación más complejos, y sintiéndome a mí misma ser más genuina en mis relaciones.
Las mujeres que he amado y que me han amado me enseñaron a ser más libre, a no tener miedo de amar intensamente, y a saber que, aún si todo terminaba, lo que me dejaban de ellas y yo les dejaba de mí, vendría siempre desde el afecto y sería un factor de transformación real para ambas. Heridas se cerraron y otras se abrieron, pero la clave es que me entendí capaz de una intimidad emocional, e incluso sexual, que nunca había experimentado con hombres, y que ahora me permito admitir. Maldita heterosexualidad compulsiva que me hizo conformarme con emociones a medias. Ahora sé que con personas sáficas, lo puedo tener todo.
Sin embargo, las relaciones lésbicas están lejos de ser perfectas. Se viven procesos emocionales intensos, fuertes pasiones y desacuerdos como en cualquier relación, y como en todo, hay que aprender y desaprender modelos relacionales para formar vínculos sanos y saber cuándo despedirse y marcar límites. Sin duda, al descubrirte lesbiana y dar renuncia a los vínculos con hombres, hallas nuevas estructuras para dar y recibir amor; la ruptura de infinitos esquemas patriarcales que nos intentan delimitar el crecimiento personal y marcar el paso de cómo servir a un hombre de manera afectiva, intelectual y sexual.
Por donde se vea, ser lesbiana es un acto revolucionario por sí mismo; desde el rechazo a ser devotas a un hombre, hasta la complicidad, la intimidad, y la libertad que se experimenta al construir con mujeres que te atraen y que eventualmente aprendes a conocer y amar. Es, además, la única orientación sexual que logra escapar de la relación de poder por género que viene implicada al relacionarse con hombres, evadiendo completamente el ser de provecho o utilidad alguna para ellos, siempre rompiendo y transformando la manera en la que se perciben las feminidades y masculinidades, trabajando constantemente por evitar replicar los roles heterosexuales y patriarcales violentos, así como las masculinidades tóxicas.
Nosotras, dentro de nuestras relaciones, ya no somos la otredad, ni un pensamiento secundario. Escapamos de la definición de ser mujer a partir de la manera en la que le servimos al hombre. La disidencia de la heterosexualidad, para una mujer, resulta tan transgresora que incluso se cuestiona qué tan mujer se es cuando ya no se define nuestro género alrededor de nuestra relación con los hombres. Desde los lesbofeminismos incluso se ha dicho que se rompen tanto los esquemas de roles de género, que se lanza la consigna “las lesbianas no somos mujeres”, de la filósofa y activista francesa Monique Witting, que desde un ángulo materialista, establece el ser lebiana como un régimen político, y cuestiona las categorías de sexo, género, mujer y heterosexualidad, que adquieren una fuerte dimensión política en sus textos.
Y es que, queramos o no, ser lesbiana es político. Y queramos o no, el ser mujer siempre se ha definido, como mencioné anteriormente, alrededor de las dinámicas de poder entre nosotras y los hombres, por lo que ser lesbiana es una forma de liberación. Entender nuestra orientación como una categoría política, nos permite construir a partir de ella estrategias que vayan contra el (c)istema heterosexual, en lugar de replicarlo y asimilarnos en él.
Es importante recalcar que con este texto no planteo que las mujeres deberían “elegir” ser lesbianas, como muchas han malinterpretado y tergiversado a partir de algunos planteamientos del lesbianismo político, sino que pretendo darles un breve recorrido por mi experiencia y una probada de conceptos clave para teorizar alrededor de lo transgresor que es el ser lesbiana para aquellas que existimos y resistimos siéndolo en un régimen heteronormartivo que nos odia por no amar hombres. El propósito es visibilizar apenas unos esbozos de mi autodescubrimiento, tanto afectivo como político, y que se animen a aprender sobre afectos lésbicos, en caso de que estén fuera del mundo sáfico, que cuestionen su heterosexualidad compulsiva si se están adentrando a esta comunidad, o que politicen sus prácticas sexoafectivas si son lesbianas.